El Optimismo Obstinado: La Fe de un Pueblo en Tiempos Inciertos

 


Nuevamente, muchos venezolanos llegamos a uno de esos días en los que parece decidirse la vida entera. Muchos deseos y sueños desvencijados de todo aquello que por tanto tiempo anhelamos y nunca llegó se ciernen sobre nosotros. Se nos está acabando el tiempo y seguimos soñando los mismos sueños de libertad, de patria, de familias unidas, de futuros prometedores.

Ya he estado en este punto antes. En esta misma encrucijada en la que, por un lado, se ven los sueños y, por el otro, los desencantos. En la que no sabemos qué nos depara el mañana, el día después. Donde el polvoriento camino me impide la mirada distante, donde la bruma me hace ver espejismos que acepto como realidades. Y a veces, soy feliz en esas irrealidades que imagino durante las noches largas y oscuras.

Muchas veces hemos creído que lo tenemos logrado, que estamos a punto de dar el paso, pero la realidad nos ha golpeado fuertemente en lo profundo de nuestro ser. Así que no creer parece ser el camino fácil, el menos doloroso. Pero los venezolanos tenemos eso de ser obstinadamente optimistas. De empecinarnos en creer que el día de mañana será mejor. De poner buena cara ante las circunstancias, hasta de reírnos de nuestras propias desgracias. Es como si la Providencia nos hubiese dotado de esos dones especiales sabiendo que los necesitaríamos más adelante.

Con quienes hablo dejan entrever el entusiasmo. Las redes sociales están plagadas de mensajes que te invitan al optimismo, a la fe, apelando siempre a la nostalgia, al eterno retorno a casa. Aseguran que esta vez no es igual, y deseo creerlo. Pero ante quienes nos enfrentamos no son de los que se rinden fácilmente. Así que no bastaría sólo con ganar, sería necesario ganar y arrebatar lo que es nuestro. Nuestro propio hogar, nuestro pequeño espacio en el vasto universo.

Hoy, solo una gran cortina cubre nuestros ojos que mañana domingo, casi entrando el lunes, caerá definitivamente, permitiéndonos saber si podemos preparar nuestras maletas llenas de duras vivencias, experiencias y sueños, o si debemos sanar las heridas, cambiar nuestras ropas sucias, ocultar nuestras mustias miradas y sonreír ante la vida que nos tocará vivir, esa que no estaba en nuestros planes.

Muchas cosas se han perdido definitivamente en el camino. Si sobrevivimos, será solo una parte de nosotros. El tiempo no vuelve atrás y el daño es profundo e irrecuperable. Pero sobre esas cenizas, sobre esos hombres y mujeres rotos, seguro se levantará una nueva generación que valore y atesore la libertad y la verdad sobre todas las cosas. El camino no será fácil y, como dijo el poeta, el camino andado no se puede volver a transitar.

 

El Camino de Regreso a un Hogar Fragmentado

Quienes regresen, o quienes regresemos, no seremos los mismos; lo que dejamos atrás tal vez no exista más. Muchos se quedaron en el camino, siempre estaremos incompletos, pero en casa. Y más que en casa, en nuestro hogar donde una vez fuimos felices, donde siempre fue primavera, donde aprendimos a ser lo que somos, donde un día amamos, donde hicimos felices a alguien y donde alguien nos regaló mucho de su alegría.

Pero lo cierto es que el tiempo no se detiene, y después del lunes vendrá otro día, y otro después de ese. No sabemos qué nos depara el futuro, pero seguimos creyendo, teniendo fe, aunque conozcamos muy bien a los demonios a los que nos enfrentamos. Creo porque me consuela más creer que pensar que lo he perdido todo. Así que, si me ves sonriente, no pienses que estoy loco, sólo estoy soñando, imaginando mi regreso.

 Heyling Fernandez

 

 

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