DIASPORA VENEZOLANA PODRÍA SUPERAR LOS 8 MILLONES PARA FINES DE 2022

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Al día de hoy son más de 6 millones el número de venezolanos que han  tomado la decisión de abandonar su país con el propósito de huir de la violencia, la inseguridad, las amenazas políticas, el caos en los servicios esenciales para la vida, el hambre, entre muchos otros factores. Venezolanos que no sólo dejan atrás su país, sino también sueños, anhelos, emociones, recuerdos.
Un número que es casi tres veces la población de países como Puerto Rico o Jamaica, el doble de la población de Uruguay. Más de la población de Panamá, Costa Rica o El Salvador. Una cifra que ha convertido a ésta en la segunda crisis de desplazados del mundo según datos de la Agencia de la ONU para los refugiados,  ACNUR.Y el saldo va en aumento minuto tras minuto, en el lento transcurrir de las horas, pues familias de venezolanos se encuentran desplazándose en silenciosas caravanas por carreteras y caminos, páramos y selvas, cruzando fronteras políticas y naturales del continente en busca de un mejor futuro para ellos y para sus hijos. Con la vida entera en morrales y bolsos, con la mente llena de incertidumbre, miedos, sueños. Grupo de caminantes que atraviesan pueblos y ciudades ante la mirada desprevenida de extraños lugareños. Rostros desconocidos, acentos extraños, vidas ajenas.
Nadie los preparó para emigrar, aunque por décadas recibieron visitantes de lugares remotos a quienes hicieron sentir en casa. No siempre la suerte es la misma, no siempre el miedo es el mismo.
Seis millones es más que un número si consideramos que de este problema existe una dimensión humana, si entendemos que son millones de individuos, con nombres, con historias, con ilusiones, con dificultades, con una carga emocional compleja, muchas veces contradictoria, acumulada durante un poco más de 20 años de abusos por parte de un grupo político que se adueñó no sólo del país, sino del futuro de quienes le dieron la confianza para gobernar. ¡Cuántas promesas incumplidas!
Y es que no es fácil abandonar el calor y la seguridad del entorno familiar, las raíces, la cultura, las costumbres, los sabores, olores y colores, en busca de algo que no se sabe con exactitud cómo será, qué es, pero que se espera sea -al menos- mejor de lo que va dejando atrás.
Los caminantes son diversos, como diverso es el gentilicio venezolano. Igual emigra el carpintero, la ama de casa, el agricultor, el artista, o el intelectual. No existen registros de la fuga de profesionales del país caribeño, sin embargo en un artículo publicado por la agencia de noticias EFE el mes de agosto del pasado 2021, unos 92 mil científicos, médicos ingenieros y arquitectos habían abandonado Venezuela en los años recientes, una fuga de talento que no sólo afecta negativamente a la nación suramericana que se queda sin mano de obra calificada, sino que también genera un impacto en la vida de estos profesionales quienes muchas veces terminan realizando labores muy por debajo de sus capacidades en los países que les dan acogida. 
¿Cuántas cátedras se han quedado sin profesores en las universidades venezolanas? ¿Cuántos médicos han abandonado el país dejando sin especialistas centros médicos? No es extraño el médico que maneja Uber en la Florida, o el ingeniero que trabaja en un montacarga en algún galpón en el interior de los Estados Unidos. Si bien es cierto que al menos éstos han logrado dejar atrás la catástrofe venezolana y han conseguido un modo de vida digno para sostener a sus familias, es devastador para muchos imaginar que sus vidas pasarán sin poder desempeñarse en las actividades que soñaron en la juventud y para la cual invirtieron tiempo, esfuerzo y dinero en formación de primer nivel, es decir, sin cumplir el íntimo anhelo de autorrealización profesional. Para estos emigrar es más difícil, pues muchas veces la calidad de vida disminuye. Ningún lugar termina siendo su espacio. Nada se siente como en casa. No todos nacimos para emigrar.
Algo que preocupa a la región entera es que, según el representante especial conjunto del ACNUR, Eduardo Stein, esta cifra de desplazados podría incrementarse para finales de este año 2022, estimándose que llegue a los 8.9 millones de refugiados venezolanos esparcidos por el mundo, proyección que sugiere que la aparente mejora que ha experimentado la economía venezolana en este último año es una ilusión, o al menos no alcanza a grandes sectores de la población depauperada.
Aunque el sueño de muchos es la superación. No todos alcanzan el ideal que se proponen cuando piensan que emigrar solucionará sus problemas. De hecho, muchas de las travesías de caminantes migrantes han terminado en tragedias. Recordemos cuando en el año 2018 unas 17 personas murieron por hipotermia mientras intentaban cruzar caminando el páramo de Berlín, el punto más alto entre la carretera de Pamplona y Bucaramanga, alguno de los cuales debieron ser enterrados a la orilla del camino, según informó en aquella ocasión Anny Uribe, directora del Hogar de Paso Espíritu Santo de Tunja, en Boyacá, Colombia.
Y qué decir de los venezolanos que han perdido la vida tratando de cruzar la selva del Darién. La falta de libertad en Venezuela ha sido el detonante de una infinidad de tragedias individuales y colectivas. Es incalculable el daño que en lo profundo de cada venezolano ha producido la revolución bolivariana y su socialismo tropical.
Pero ya de por sí emigrar forzadamente es una tragedia en sí misma. El desarraigo se sufre calladamente y es una parte a la que se le presta poca atención. Los organismos encargados de la ayuda velan por brindar apoyo económico, legal, médico, entre otros, pero pocas veces se le presta atención a las heridas emocionales de tener que abandonar el hogar para ir a otro país a tratar de construir un mañana. 
El daño más grande que produjo el socialismo bolivariano no es el económico, pues se quebró al país más rico de América latina, sino el daño a lo interno de la sociedad. La mutilación de la familia, base fundamental de cualquier sociedad. Si ves a alguno de estos caminantes no te mantengas indiferente. No desvíes la mirada. Aunque sea un abrazo sería bastante. 
(Imagen cortesía de primerinforme.com)

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